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serie56

06 febrero 2007

Conmovedor

Navegando sin rumbo por una red cada vez mas enredada, me encontre con este escrito de Tanya Valette, actual directora de la escuela de cine de San Antonio de los Baños en Cuba, me conmovio su historia por que narra el cambio de mentalidad del dominicano de la epoca del 69-70 a traves de sus ojos, leanlo con atencion:


Anímate, cógele el pasito al '70 *
Tanya Valette

La televisión comenzaba poco a poco a invadir nuestra vida cotidiana. A partir de allí me dí cuenta que había también una versión en blanco y negro de la vida y de las cosas. Los americanos nos quitaron esa anciana ilusión de que era todavía posible soñar con conquistar un espacio inalcanzable. Los americanos pisaron la luna y yo guardo aún la postal con los tres astronautas que me enviara Rahintel alguna tarde del 1969.En aquel entonces vivía en la segunda planta de una casa del Ensanche La Fé. Desde el balcón veía la mítica curvita de la Paraguay. El caballo Felo Flores era nuestro héroe nacional, y mi papá y sus amigos miraban con prismáticos lo que Simón Alfonso Pemberton narraba magistralmente por la radio. Pero no sólo el hipódromo veía yo asomada a la altura de mis ocho años. Una tarde también ví pasar el entierro de los muchachos del Club Mauricio Baéz, la calle como un río, y el silencio. No sé por qué lo recuerdo en blanco y negro. Como si lo hubiera visto en la tele. Como si hubiera pasado en un capítulo de "Los Vengadores" o en una de esas peleas de lucha libre que me dejaban toda la noche del sábado en vela.Quizá quiera la memoria tenderme una trampa tierna, asimilar ese recuerdo a una imagen incierta, como las de la tele. Porque en aquella época era preferible sumergirse en aquel mundo en blanco y negro, ese universo fantástico del "Capitán Nemo". La vida, allá afuera, era una neblina densa, un "a colores y cinemascope" extrañamente mudo.Le cogimos el pasito al '70 y nos cambiamos de barrio. Desde Los Prados la realidad era todavía menos consistente. Yo seguía inmersa en revueltas interiores. No lograban inquietarme mis muñecas, pero el secuestro del Coronel Crowley lo llevo inscrito como uno de los acontecimientos inolvidables de aquel tiempo. Las noticias le ganaron en espanto a los crímenes en "El Detective Millonario". Recuerdo a los chicos montándose en el avión que los llevaría a Canadá, recuerdo que ingenuamente desde la sala de mi casa les dije adiós al Moreno y a Luis Pina: el primero era un asiduo visitante de la casa de mi abuela, el segundo vivió en ella hasta que un día -después comprendimos el por qué- desapareció misteriosamente.Todo era tan evidente, lo que hacía todavía más incomprensible el silencio.Son muchas las imágenes y pocos los sonidos de aquel tiempo. El "Suceso del día" compitiendo con "Te regalo estas dos rosas cariñosas...", era la cultura radial que me regalaba Laura, nuestra cocinera.Un día mi mamá gritó un coño largo y ahogado, habían matado a otros amigos en el kilómetro 12 de la Autopista de Las Américas. Después fue la madrugada en la que un hermano de Francis Caamaño vino a tocar a la puerta de mi casa para llorar con mi padre, con quien había hecho la escuela.Pero no pasaba nada. Nada. Todo el mundo se iba al trabajo o a la escuela muy temprano. Y en la noche "Misión Imposible" volvía a sumergirnos en el universo de los sueños de cartón, esos que nunca lográbamos encontrar debajo de la almohada.Un día la tele tuvo destellos de colores. Una piñata a la cual, después de mucho apalear logras sacarle caramelos, serpentinas y confettis. "Siete días con el pueblo" rompió fugazmente el silencio. Se asociaron en mi memoria entonces el color y el estruendo. Encontré una tercera dimensión. Logré al fin ganarle a los americanos que seguían o "Perdidos en el espacio" o en una ridícula isla con personajes aún más ridículos que podían llamarse "Guilligan". Mi cuaderno de álgebra tenía copiada en su última página "La canción del elegido". Aprendí que no todos los cantantes españoles se llamaban Nino Bravo o Camilo Sesto y que pisar las calles de Santiago nuevamente era un hermoso sueño colectivo.La música tomó a partir de allí, para mí, posibilidades que hasta entonces no pensé fueran asociables.Empecé a cantar mientras las luces de neón que acababan de instalar en mi barrio le cambiaban los tonos a mi ropa y a mis manos. Y descubrí que igual se podía llorar viendo el capítulo final de "Los hermanos Coraje", que cantando "Aquellas peque-ñas cosas" de Serrat. El universo se amplió y no había manera ya de dar marcha atrás. Nadie podría impedirnos cantarle a Mamá Tingó ni que vinieran los chicos del campo a la ciudad, no sólo a cantarle a las madres su inmenso amor filial, sino a revelarnos también que éramos mar y más que nada tierra, que María no era la misma que todos nos decían...Vinieron a invitarnos a un Convite que nunca terminaría. Luis Días nos enseñó que tenía-mos un cuerpo que se movía al compás de otros ritmos. Ritmos que siempre estuvieron allí, en una memoria ancianamente ultrajada y escondida.En la tele, el hombre y la mujer se hicieron biónicos, pero ya a nadie le importaba. Afuera éramos los mejores. Y ya nunca más tuvimos miedo.
*Jingle de la campaña televisiva del ron Brugal en la navidad del 69: "¡Anímate! Cógele el pasito al 70 / ponte en monda con Brugal / ¡Decídete! ¡Avívate! / Ven a la movida, coge el paso / y ponte en onda con Brugal."